Consistía en un ritual, en donde la geisha o maiko perdía su virginidad. Solía durar siete días y se desarrollaba de esta forma: La Okasan de una casa de chicas escogía al hombre que tendría el privilegio de hacerlo. Era una gran responsabilidad y no debía ser un hombre joven, pues podría ser muy bruto. Tenía que ser un caballero mayor y con mucho dinero. Este cliente mizuage era como una especie de abeja macho, que después de cumplir su función, no volvía a ver a la chica en cuestión.
La Okasan o una de las más experimentadas preparaban una habitación. Colocaba 3 huevos encima del cobertor a la altura de las almohadas y se retiraban a una habitación contigua y de vez en cuando tosían o carraspeaban para tranquilizar a la chica, indicándole que estaban cerca. El hombre le decía a la maiko que se acostara, luego, rompía los huevos, se tragaba las yemas y le untaba entre los muslos con la clara. Le decía: “Esto es mizuage” y apagaba la luz. Y así se repetía durante los siguientes 6 días, pero cada vez hundía un poco más los dedos con las resbaladizas claras de huevo. El ultimo día, la maiko se había acostumbrado y estaba muy relajada. Y el hombre se encontraba muy fortalecido, por la ingesta de todas aquellas yemas de huevo, y se disponía a cumplir su cometido.
Este insólito ritual se le realizaba a la joven a los 15 o 16 años, pero actualmente todo ha cambiado0 y ya no existe el mizuage. Todas las mujeres van al instituto y escogen a sus novios o clientes y el ritual como tal, ya no existe.
“…Aprendí que no debía resistirme. No podía ni sentirme enfadada ni arrepentida. Ya nunca volví a ser lo que había sido anteriormente. De forma inconsciente, me marqué a mí misma con una impureza que nunca seré capaz de eliminar...”