Adicionalmente el himen tiende a adelgazarse con el pasar del tiempo y a ampliar su apertura, como resultado de la higiene personal, la práctica de algún deporte (sobre todo montar a caballo), el uso de tampones o la masturbación. No se sabe tampoco con exactitud por qué, teniendo o no himen, las mujeres reportan dolor cuando se estrenan en las lides del coito. Puede ser una creencia, transmitida de generación en generación, que termina convirtiéndose en realidad. A esto podría contribuir la inexperiencia del hombre si también es su debut, o la falta de una lubricación suficiente o adecuada.
Esto último explicaría, además, el sangrado antes mencionado, que de no producirse constituye una deshonra en las culturas más conservadoras y causa la anulación del matrimonio. El himen no desaparece cuando se inserta algo en la vagina. Puede estirarse sin romperse o rasgarse. En algunas mujeres, se rompe en más de una ocasión o es suficientemente elástico para permitir la penetración. Se han dado casos de embarazadas que llegan a la sala del parto con el “virgo” intacto, por lo que el médico tiene que rasgarlo para facilitar el nacimiento del bebé.
La ciencia le ha permitido a la mujer acceder a varios “trucos” para devolverse la apariencia virginal. El primero de ellos es una operación rápida y ambulatoria llamada “himenosplastia”, que les permite a los cirujanos reconstruir el himen a partir de los fragmentos que hayan quedado en la zona genital. Existen dos métodos más económicos y comunes. De generación en generación, se ha transmitido la información de que la piedra de alumbre –la misma que se usa como desodorante o loción para después de afeitar- sirve para contraer los músculos de la vagina.
En las tiendas de juguetes sexuales venden un ungüento llamado “reductor vaginal”, que debe aplicarse 20 minutos antes del coito. Estas alternativas no devuelven el himen ni prometen sangrado, pero pueden generar en el hombre la sensación de que están “desvirgando” a su pareja, dada la estrechez del conducto.
Exigir la virginidad como requisito para el matrimonio y colocar al himen como prueba irrefutable parece cosa del machismo, de religiones muy obtusas o del remoto pasado.